De repente, a principios de los 90, CARO y JEUNET parecía que habían reinventado el cine, por lo menos el francés. Tanto talento junto no era muy estable y JEUNET voló libre para acometer su obra maestra y la cima de su carrera. El resultado fue “El fabuloso mundo de Amelie Poulain”.

Recuerdo salir del cine con mi novia, después de ver la película, en silencio. A mí me había dejado un poco frío, pero ella estaba pensativa y le temblaba la barbilla. Nada, ni una palabra. Paseando llegamos a su casa, se metió en el portal, fue a decirme algo, pero empezó a llorar y desapareció a toda velocidad escaleras arriba. Ahí me di cuenta de que era una del montón de gente a la que Jeunet había engañado al por mayor.

Primero, Amelie no es algo nuevo en el cine francés, más bien se ciñe académicamente al canon de la comedia francesa. Histriónica y colorida, encadena perfectamente con películas realizadas en otras épocas, como “Le triporteur” 1957 o “Zazie dans le Metro” 1960.

Y segundo, si deshidratas la historia, te quedas con que solo es el proceso por el que una psicópata acosa y seduce a un señor, cuando tras la muerte de una famosa, se asusta por su incapacidad para amar o, más concretamente, de tener sentimientos. A muchos les da por matar, ella juega con la gente, ocupa su vacía vida tratando de imitar a los que no puede compadecer. Amelle, dominada por el cerebro reptiliano, puede llegar a ser muy cruel, muy paciente y observadora.

Sin duda, el pintor copista de Renoir da en el clavo y se lo desvela, elegantemente, comparándola con una mujer del cuadro que pinta y su mirada ausente. Ella le devuelve la jugada mandándole imágenes de mundos a los que no podrá llegar por su enfermedad crónica. Muy duro eso.

Recén celebrados los 20 años de su estreno, Amelie es una película  que aún causa controversia, un cuento demasiado travieso para ser navideño y demasiado almibarado para ser macabro.

Pero está ese momento, esos paseos en moto con Amelie y su amor por Montmatre, en las porstrimerías de la película. Es todo muy intenso, la culminación del amor, la vida… Él está coladísimo, exultante, derrapando su alegría. Ella va de paquete, sonrie, se aprieta a él, pero, por un momento, un segundo, aparece en los ojos de Amelie, la mirada perdida de la mujer del cuadro de Renoir. Y entonces,  te das cuenta de que nada ha cambiado, que todo fue para nada.

Cuando veo alguna escena de Amelie por la tele, aún recuerdo aquel sollozo de mi novia, un amor que se desvaneció hace ya mucho tiempo. Ese lloro subiendo  a ese segundo piso, donde hacíamos el amor y después, ella se quedaba mirando el techo con expresión ausente.

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