Joel Silver es como de la familia y sus fiestas en esos oasis refrescantes que eran los cines en los 80 eran las mejores. En serio, puedes consultar la lista de sus producciones y encontrarás la película de tu vida, cine de acción con el que te dejaron ir a una sala por primera vez solo, diste el primer beso o, simplemente parabas el tiempo y te olvidabas del Derecho Administrativo. No querías que se acabaran aquellas megahistorias, en las que los malos muchas veces eran más cachondos que los buenos. El tío Joel, con sus películas de pistolas, se arriesgó también a poner mujeres de protagonistas, negros, top models… ¿Has visto la escena de los bofetones de Calles de fuego? Películas de evasión con frases ocurrentes que los paisanos metían en cualquier conversación. El cielo es azul, el agua moja y las mujeres tienen secretos.
Hoy me centro en “Roadhouse blues”, una película pequeña en la que Patrick Swayze interpretaba a Dalton, el segurata de un garito invadido por gañanes con gorras de gasolinera, en un pueblo de mierda que tenía un cacique con helicóptero. Años más tarde nos enteramos que el tío se dedicaba al porno. El segurata había leído muchos libros orientales y había desarrollado una filosofía interesante. Hacía su taichí, sonreía continuamente y daba hostias como panes. También había matado a un paleto. Pues eso, un tío con pinta de estar enfermo de cáncer de páncreas y un bar de camioneros en Misuri, contrata a Swayze-Dalton, para que restablezca el orden y la gente se pueda tajar sin acabar en urgencias. Encima sale Sam Elliott, haciendo de gurú de matón, también sonriente y con buena pegada, que es como poner helado de turrón en las natillas. Aquella película funcionó correctamente, mucho mejor en el mercado del VHS, era un poco absurda, el tema, el ambiente… La canción de The Doors explica un poco la trama, para el coche, vamos a ese bar de carretera a pasarlo bien, la vida es corta. Y a salvar la ciudad.
Treinta y cinco años después, el tío Silver, de todos sus joyones, ha desempolvado el guion de la peli de la que hablamos y ha hecho un remake más directo. El garito está en los Cayos de Florida y se llama directamente Road House, para aclararlo un poco más. Los clientes han cambiado, ahora son unos antipáticos festivaleros hiperglucémicos, con los mismos registros interpretativos que actores porno rusos. El garito es de una afroamericana (Nota del traductor) que quiere relanzar la freiduría de su abuelo y bueno, ya sabéis que la UFC ha hecho mucho daño y aquí los matones de discoteca tienen menos mecha y más mataleones. Pues eso, aquí Dalton, cambia de Swayze al tío de Enemy, que se ha puesto más fuerte que el tequila, y no es tan dialogante, lo es, pero más sobre partes anatómicas del cuerpo que acaba haciendo crujir por el lado que no gira. Pues eso, digo, este Dalton mató a un tío en un combate de UFC y ahora se gana la vida haciendo luxaciones como segurata de fortuna. La afroamericana lo encuentra y lo contrata, pero el tío no está tanto por cómo va el bar, que era la gracia de la original, que tal como llega empieza a encontrar los defectos como en un programa de Chicote.
Está claro que hemos salido peor de los confinamientos y estamos muy cabreados. Lo dicen las cifras de la criminología. La gente ha perdido la paciencia y la noche hace aflorar la mala educación. Roadhouse 2024 no se toma en serio a sí misma. Es una de sus más honestas propuestas. Por una parte, contrata de malo a Conor McGregor, un superviviente que se apunta a todo, cabeza visible y risible de la UFC. La inspiración de su papel es el demonio de Tasmania de Looney Tunes y la ejecuta eficazmente. Por otra, mi personaje preferido, la librera, que podría ser la escritora de la historia, llevándola a la autoparodia y, al mismo tiempo actuando como toma de tierra. Sus diálogos con Dalton son de lo mejor de la película. Mención especial del jurado al cocodrilo.
Vi las dos películas el mismo día y no me acabaron de convencer. Quizás porque yo sí conocí a Dalton, o, por lo menos, le hice el contrato de trabajo. Era un tipo bajito, sonriente. Había estado en Alemania unos años y se había casado con una farmacéutica de mi ciudad, uno de esos amores otoñales. No necesitaba trabajar para vivir, pero le gustaba el rock and roll y se metió de segurata de una discoteca de la ruta del bacalao a la que llevábamos el papeleo. Le di la mano al tipo y era como estrechar unas tenazas. Tenía un Porsche Carrera, pero no lo podía usar, al parecer se había llevado por delante “accidentalmente” a uno y tenía una condena. Un tío tranquilo, callado, sonriente.