De espiar y expiar

A Toni Scott no se le apareció ningún ángel en busca de alas el día que decidió suicidarse, lanzándose al vacío. Su fatal muerte continúa siendo un misterio. Era uno de mis directores favoritos. Esa capacidad que tenía de surfear entre grandes y medianos presupuestos, entre lo épico y lo mundano, de “El ansia” a “Top gun”, de “Revenge” a “Días de Trueno”, su estilo ágil , sus historias con personajes poliédricos, el uso valiente de la iluminación, le dio músculo y respeto en la Industria. Es verdad que las últimas películas se quedaban un poco cortas, pero tiene una filmografía muy importante, de la cual hay dos películas que me gustan por encima de todas las demás: “El último boy scout” y “Spy game”.

Estrenada en plena eclosión de al kaeda, poco después del atentado de las torres gemelas, “Spy game” era un manual del espía con todos los extras y me gusta, fundamentalmente, por cinco motivos:
1.- Por cómo muestra el funcionamiento de las cloacas del estado, sucio y sin escrúpulos para equilibrar la política internacional y dar apariencia de imposible normalidad.
2.- Por los consejillos y trucos que se cuentan y muestran y que te sirven a pie de campo si te dedicas a temas de seguridad. En serio, funcionan. Ya sabes, o te sirven el menú o te sirven de menú.
3.- Porque soy fan de las series o películas contrarreloj o con cuenta atrás, pocas habrá que no sean trepidantes. Como decía Jack Bauer al principio de cada temporada: ”Oh, no, este va a ser uno de esos días”.
4.- Que junta a dos actores que han representado el mismo arquetipo en tiempos diferentes. Ya sabéis, es una Industria que va sobre seguro y repite las mismas historias. reemplazando a los actores cuando envejecen y Brad Pitt y Robert Redford lo representan absolutamente.
5.- Y, sobre todo, porque siempre me ha gustado pensar que “Spy game” es una alejada secuela de “Los tres días del Cóndor”.

El Robert Redford de “Spy game” es un espía en su último día de trabajo en la C.I.A, antes de su jubilación. Lejos de ser un día tranquilo, tendrá que enfrentarse a todos sus fantasmas, adaptarse a la situación e, incluso, alterar sus valores. El personaje queda definido por la bandera estadounidense medio quemada por el fuego enemigo, que tiene enmarcada en su despacho. Esa bandera es él, un patriota desencantado, una rara avis en el entramado, una puta con el corazón de oro.

En el contexto de “Los tres días del cóndor” podríamos situar a ese personaje cuando ha regresado del Vietnam y decide establecerse en una sucursal de análisis de la C.I.A en Nueva York. Cóndor, nombre clave del personaje, está muy por encima de sus compañeros analistas y no encaja, incluso el encargado le pregunta si está a gusto allí. Durante la conspiranoica trama, Cóndor apunta maneras de “sobrevivir”, está más cerca de lo que es un agente de campo que de una rata de biblioteca, vamos, los malos han dado con el tío equivocado y, una vez más, el personaje se enfrenta a un sistema de espionaje, que no está para defender un modo de vida, sino para atacar, desestabilizar y promover la guerra, la tortura, la apropiación de las materias primas en otros países, usando cualquier medio y sin reparar en víctimas. La novela en la que se basa la película transcurría durante seis días y estaba enfocada en la crisis del petróleo del 73. Con la narración intensa de Sidney Pollack (algo que solo repitió años después en “The firm”), Cóndor va desmontando una conspiración que él mismo había destapado casualmente. O no. Como los personajes que tanto gustaban a Toni Scott, Cóndor tiene algunos esqueletos en el armario, no acabas de pillarle el juego. En ese sentido, la relación que mantiene con Faye Dunaway, es intensa y oscura. La Dunaway, alejada de las rubias que interpretó en los sesenta, es, como en otras películas de los setenta, tipo “Network”o “Chinatown”, una mujer fría y con aristas, que, en Cóndor, se muestra insatisfecha y fotógrafa de la soledad.

Hace un par de años leí un articulo que se titulaba algo así como que por qué Robert Redford en los setenta molaba más que tú, en serio, y destacaba el outfit de “Los tres días del Cóndor”. Son días de navidad y la acción le deja en la intemperie, no puede ni volver al trabajo ni a su casa. Lleva una americana jaspeada, un jersey de pico azul marino, una camisa azul claro y Levi´s desgastados de corte carrot fit. En casa de Faye, le coge prestado a su novio, un chaquetón marinero, prenda de uniforme que da pistoletazo a su efectivo contraataque. Un look que se ve mucho por la calle todavía.

Decía Sun Tzu hará dos mil quinientos años, que el espionaje era una herramienta esencial y elaboraba una clasificación de cinco tipos de espías y el valor que podía tener la información según las fuentes. Es el soldado más importante, pero también el menos protegido. El que puede dar un vuelco definitivo a un conflicto.

Tanto el final de “Spy game” como de “Los tres días del cóndor” es agridulce. Es una victoria de un día que, a lo mejor, ni siquiera se publica. Un trabajo sucio que alguien tiene que hacer. Cóndor, con su último acto, en su último día en la C.I.A, parece redimirse de sus pecados, pierde su dinero, se la juega a una baza. Actúa en contra de sus principios para poder salvar a alguien que quiso ser su familia. Ese momento de vamos a cenar fuera, buscando un restaurante mejicano entre las ruinas y los francotiradores de Beirut es muy humano. Lo habrás visto en Chechenia, en Belgrado, voy a por la leche y el pan, espero que no me acierten hoy. Redford y Pitt frente a frente, dos generaciones que representan el “guapo oficial” el wasp. Antes todos querían ser Robert Redford. Después, todos querían ser Brad Pitt. Y Brad Pitt quería ser Valentino Rossi.

Esas son las cinco razones por las que me flipa “Spy game”.

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