Sobre el humor (que no sobra)

Los kinks tienen una canción durísima, “la muerte de un payaso”. Y es que cuando se muere un payaso… Conocí a Arévalo una tarde de primavera de primeros noventa, estaba yo con unos tíos rematando una litrona y él pasó junto a nosotros en dirección al teatro. Le pedimos que nos contara un chiste y él se tocó la garganta, aduciendo una afonía. Nos partimos el culo y le aplaudimos en plan, muy bueno y el tío, sorprendido, se acercó a nosotros, hizo un derrape charlotesco y se marchó. En España hay mucha mala leche y humor anónimo, pero pocos humoristas que den la cara, gente valiente que someta su sentido del ridículo y señale como el bufón los males y miserias de la sociedad. El chiste murió, tuvo su momento álgido aquella nochevieja, siempre en nochevieja, en la que Eugenio contaba cómo una orden verbal de un general se iba deteriorando a medida que se retransmitía hacia abajo, escalafón a escalafón. Luego vino “No te rías que es peor” y se acabó. Pero ahora queremos culpar a Arévalo o a su cadáver de la España homófoba, machista y gañana que aun sigue siendo, como si el difunto varón hubiera sido el gran filósofo que la diseñó. Yo estaba cuando debutaron Faemino y Cansado y no fue fácil, tardaron en conectar con unos cenutrios que no se identificaban con aquellos cuñados de risa fácil y copa de coñac bailante. Envidiábamos de soslayo el humor inglés, tan lejano, pero imperaba lo rancio, era lo que facturaba de verdad.
En ese sentido, el sentido del humor es un termómetro esencial para diagnosticar el estado de ánimo de una sociedad y su capacidad autocrítica a todos los niveles. La gente se ha educado pensando que el fascismo consiste en mandar judíos en trenes a campos de concentración en Polonia, pero no, se puede ser fascista y no matar, al menos físicamente. El fascismo es la incapacidad de cuestionar, negociar o repensar los propios principios. A partir de ahí, el fanatismo no tiene unos límites concretos y por eso el humor es tan peligroso para el poder o para, lo que en derecho natural se llama, el monopolio de la violencia. No hay revolución que no se cargue a los payasos. ¿Recordáis esas imágenes de Nazar Mohamed secuestrado por los talibanes al recobrar el poder en Afganistán, recibiendo culatazos en la parte trasera de un coche, camino de una muerte dolorosa?
La risa y la libertad van unidas, a pesar de nuestra naturaleza simiesca. La risa puede ser todo lo inteligente que quieras, pero es liberadora, oxigena el cerebro, lo puede resetear y todo. Y veréis, yo de pequeño, uno de los pocos intereses que tenía era hacer reír a mi madre. Consideraba que era una mujer maltratada en general. Me inventaba chistes y desarrollaba ideas, pero mi madre era un mal público, la gente amargada lo suele ser. Aun así conseguí hacer que se riera algunas veces y ver brotar la risa que has podido provocar, esa risa incontinente y primitiva, se convierte en una adicción, una ocupación que vas refinando. Es cierto que al final acabas en el territorio del humor inglés, la ironía afilada y bien educada que lleva siglos tratando de reventar el sistema de clases, pero bueno, cada situación tiene su tratamiento. He identificado esa adicción en otras personas y hay gente que se lo curra muchísimo, pero de ahí a dar el salto, de contar chistes en una cena navideña de empresa o hacerlo en una sala de fiestas, hay un mundo.
Hoy en día ser humorista es una profesión de riesgo. La otra noche, uno de los Morancos empezó un chiste en un programa de tv y a la tercera frase ya había motivos para que lo investigara la audiencia nacional por dos delitos. Antes era distinto, simplemente elegías tus humoristas para reírte, no para lapidarlos.
Por eso recuerdo cuando estábamos en la plaza de la paz, rematando litronas la semana de fiestas, esperando las actuaciones en el teatro de todos los cómicos casposos que te puedas imaginar. Solía ser los miércoles. Entrábamos borrachos y nos reíamos casi toda la obra. Una vez, Esteso rompió la cuarta pared para decirnos que aún no habían empezado a hablar y que estábamos molestando a la gente. A ver, no íbamos a reírnos de la obra, sino del cómico y sí, eso estaba mal. De su bagaje. A fin de cuentas, las vidas de aquellas gentes, aireadas en realities de tv, empezaba a ser más graciosa que sus chistes. El resto de la obra nos controlamos más y Esteso se presentó a nuestra invitación en nuestra colla, con Yola Berrocal, hay fotos.
Y por eso recuerdo también a un niño cogido de la mano de su madre, tratando de hacerla reír, aunque ella tuviera más problemas que un cuaderno rubio.

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