Están vivos, 1988

A finales de los 80, pusieron un cine nuevo con dos salas. Lo llevaba una familia. La madre y la hija eran narigudas y gafapastas, como si llevaran una máscara de Groucho. La madre era la taquillera y la llamábamos “Tootsie”. Cuando le pedías la entrada y decías el título en inglés, siempre te corregía, como una puta profesora. Ella nos vio crecer o nosotros la vimos envejecer. Aquel cine duró lo que duraron los cines en el centro de las ciudades, ahora es un bazar chino. Allí es donde vi una de las películas que más me han impresionado, Están vivos (1988). Decía Garci que el genio es capaz de ver lo que está pasando a través del aire, independientemente de donde viva, y es cierto. A finales de los 80, se produjeron una serie de películas en las que se avisaba de la muerte del ciudadano tal y como lo habíamos conocido hasta ahora, figura demasiado cara de mantener por estados en bancarrota, y que nacía otra categoría, el consumidor. Las películas de verano nos contaban esas historias poco sutilmente, tiroteos en centros comerciales donde los protagonistas se escudan con los cuerpos de los figurantes (Total recall, 1990), multinacionales que exprimen a los concursantes en realities shows extremos (The running man, 1987), cuerpos de policía que dejan de estar al servicio del ciudadano (Robocop, 1987) o finales del mundo pactados al margen de la gente (Miracle mile, 1988). Se abría el camino a The Matrix (1999). Un mundo contaminado, inseguro, sin justicia y gobernado no por leyes, sino por libros de contabilidad e inteligencia artificial. En esos años tuvimos también la oportunidad de cambiar el paradigma, pero tanto la creación de la OMC, como el fracaso de Kioto, dieron la razón a los agoreros. Cuando pedí las dos entradas para ver Están vivos, “Tootsie” me dio un paquetito. Eran unas gafas de sol de plástico con el título de la película. Qué raro, unas gafas de sol con las que te quedarías ciego mirando una cerilla. Yo acababa de perder mis wayfarer de imitación en el sur de Francia, pero no iba a ponerme aquello. Cuando vi la película lo entendí todo. Puede parecer una obra menor de Carpenter, una película macarra con todos los elementos, pero se ha vuelto una película de referencia y lo que más me gusta no es que el macarra sea un luchador de wrestling de la época, ni los cráneos, ni la pelea absurda de seis minutos y medio, no. Hay un momento muy intencionado, es ese momento en el minuto 33, en el que el prota posa unos segundos junto a un libro de Edgar Cayce. No es gratuito. Cayce fue un profeta de Kentucky que vaticinó un montón de acontecimientos, puedes investigarlo, un sanador y un gran optimista. Quizás el único profeta optimista. Tenía la capacidad de soltar sus predicciones en un estado de trance, cuando dormía. Querría pensar que Están vivos fue uno de sus sueños. Aquellas gafas promocionales quedaron en un cajón, estorbando cuando buscaba el ventolín o pilas para el walkman. Un día desaparecieron, en una de esas cribas que me obligaba a hacer mi madre. Pero me gustaría recuperarlas y ver si hoy, en el 2023, funcionan, aunque siempre se me ha dado bien detectar a los hijoputas sin ayuda.

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