Aquí se tituló “Recuerdos de guerra”, Norman Jewison se planteó hacer una película sobre el vacío que deja en su familia el soldado caído en combate. Tenía buenos guionistas y los tres pilares de toda gran peli: una actriz inglesa, una estrella de Hollywood y secundarios de lujo. Nada podía fallar, pero sí, no os voy a engañar, le salió un pastelón. La actriz inglesa, Emily Lloyd, venía de hacer un peliculón, “Wish you were be here”, donde explotó como actriz generacional. Pero claro, cualquiera puede meter un gol por la escuadra, lo difícil es hacerlo varias veces seguidas… En “In country”, Emily hace de la hija del soldado caído, una rubia espigada, recién graduada, que corre por las tierras de Kentucky escuchando a Bruce Springsteen en su walkman, en el verano en que descubre el sexo y cosas sobre su padre, pero no golpea con su interpretación. Al final es una chiquita algo repelente, con el pavo. La estrella de Hollywood es Bruce Willis, en aquella época que alternaba taquillazos con películas honestas y pequeñas, como ésta, para justificar que podía hacer algo más que pegar tiros y soltar chistes malos. Aquí no lo consigue, hace del hermano del soldado caído, también estuvo en la guerra y ha vuelto averiado de la cabeza. Viste faldas, bebe mucho y siempre está cabreado. Es una adaptación libre de Marlon Brando con todos los extras y todo queda en una interpretación muy plana e irrelevante. Los secundarios de lujo sí que están bien, pero bueno, es que son cojonudos, Stephen Tobolowsky, Peggy Rea, que hace de la madre del soldado caído y de Bruce, Joan Allen y, sobre todo, Judith Ivey, una de mis preferidas… Al final, de la peli se te queda en la memoria Emily haciendo footing con el “I’m on fire”, huyendo de la locura de su tío y la gordura de su abuela, con la que vive.

Pero vamos al lío, minuto 105 de la película. Bruce, Emily y Peggy, la abuela, que ya está muy mayor, han decidido homenajear al soldado caído y van en un escarabajo rojo hasta Washington. Llegan al monumento de los caídos en Vietnam, que es como un muro oscuro en el que figuran los nombres de los soldados. Ese monumento comienza a ras de suelo y va cogiendo altura hasta unos tres metros. Es una gran lápida. Pues por allí andan nuestros tres personajes buscando el nombre de su pariente. Está complicado, hay un montón. Bruce lo encuentra, lo señala. Está muy alto. Peggy lo mira desde abajo, impotente, gorda y dolorida. Bruce se aparta unos metros y consigue una escalera de mano. Emily y Bruce ayudan a la anciana a subir hasta el nombre de su hijo. A duras penas lo consigue, pero llega, estira la mano, acaricia el nombre y se rompe. Es imposible no romperse con ella, no pensar en la injusticia de esa y tantas muertes, de esa y tantas guerras. Al bajar, Peggy deja una planta en el suelo. Emily una foto del día de su graduación y Bruce, una condecoración. Y se marchan por una explanada, perdiéndose en la lejanía.

La peli no tuvo mucho éxito. Bruce se hizo rico haciendo secuelas, pero Emily tuvo una carrera chunga. Empezó a dar problemas, se volvió loca y los locos tienen muy mala prensa. Y acabó engordando. Y casi consigue hacer de “Pretty Woman”, que tiene ese momento con Héctor Elizondo que ya os cuento otro día si eso.

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