El hombre detrás del bigote

Mi actor preferido siempre fue Sam Elliott. Decía el bateador Lippy Leo, que prefería tener suerte a ser bueno y no sé si Sam tuvo suerte, pero sí que era muy bueno. Alejado del método y demás dictaduras comecocos, el señor fue aprendiendo el oficio a las bravas, o sea, por ensayo y error. El oficio no es difícil, si sabes llevar el trabajo del cuerpo a la mirada. Pero algo pasó con Sam, que acabó etiquetado de “eterno secundario”. La primera vez que vi una película suya era yo un chaval, “El legado”, que protagonizaba con su pareja, era una de esas pelis de terror que pretendían un drafting de “La profecía”. Su presencia varonil era apabullante, pero su mujer le roba todas las escenas. Luego vi una peli que había hecho antes, “El salvavidas”, una de vigilantes de la playa de Malibú antes de la serie y me di cuenta de que aquel tío tenía que cambiar el rollo. Sí, “American gigoló” estableció muchas cosas sobre el físico, la ropa y la música en el cine y nuestro actor pasó a ser un viejo de treinta y tantos. Su aspecto empezó a recordar al de los actores porno de los setenta y solo le salían westerns, corriendo el peligro de acabar encasillado de vaquero. Lo intentó en la tele, a pesar de que otro “bigotes” le había pisado Magnum, su soap opera fue “La rosa amarilla” y le tocó codearse con la gente más insoportable del momento: Cybill Shepherd, David Soul y Chuck Connors. No sé si alguien escribió un libro de cómo debió ser aquello, pero bueno, la cosa no se alargó más de 22 capítulos.
Pero Sam era un currante y siguió dale que te pego y consiguió un papel determinante. De motero macarra en “Mask”. Apenas habla, pero sus miradas lo dicen todo en sus discusiones con Cher, su relación con el chaval irremediablemente enfermo, del que probablemente es el padre. Fue un paso decisivo y quizás toma conciencia de su poder como actor de carácter. Alguien que aparece y te captura pero sabes que se irá antes del final.
También tuvo su thriller ochentero, como Fred Ward, Carl Weathers, Stallone, Willis, Pacino, Scalia, Martín Garrido… La película se titulaba “Chantaje”, pero se distribuyó como “Blue jeans cop”. Tiene eixe moment en el que Peter Weller, recién hecho “Robocop”, le pregunta que por qué no lleva vaqueros caros y él le responde que porqué su familia tiene dinero. En verdad, el rollo de los vaqueros caros era para identificar a los polis corruptos. Mirad la peli, aunque quizás se pasa de violenta y sea para aquellas noches de Antena 3 tv. Tampoco tuvo suerte, pero le dijeron que no se cortara el pelo y volvió a lo de secundario con presencia en “De profesión duro”, auténtico hito del cine de los 80 pendiente de remakeo. A parte de saber sonreír a las señoritas, a Sam se le daba bien dar hostias como panes
Convencido quizás de que su destino era apoyar al “héroe” de turno, hizo un maravilloso Doc Halliday, en la mejor adaptación del mito de Tombstone; de Dios, en esa epifanía llamada “El gran Lebowski”; de piloto honorario entregando un deseado premio a Clooney en “Up in the air”; de hermano mayor en “Ha nacido una estrella” y, por supuesto, no eres un actor de Hollywood consagrado si no has hecho de sargento. En “Todos eran soldados”, la narración sangrienta de una de las escabechinas del Vietnam, Sam acompaña a Mel Gibson al mismo infierno, volviéndose el padre y la madre de cada uno de los soldados que tiene a su cargo, la mayor parte de los cuales van cayendo al grito de “Aquí se viene a morir”. En todos los papeles se mostró eficaz por pequeños que fueran.
Y así fue pasando la vida, haciendo cosillas, envejeciendo bien y metiéndose en wokenjenales. Uno acaba pensando que está bien, que el destino no se la ha jugado y Sam es como ese tío/ hermano de tu madre, tranquilo y paciente que te arregla el coche o la cisterna del wáter y encima te invita a las cañas.
El otro día vi “El hombre que mató a Hitler y después al Bigfoot”, fabula disfrazada de brote psicótico, en la que Sam se echa la peli a las espaldas para dar una lección de vida, del paso del tiempo, de la melancolía de vivir, de la importancia de la acción, que es lo que hace que la vida no sea esperar la muerte. Sobriamente, rodada, absolutamente atemporal, Elliott nos muestra su paleta de colores, sus poses, sus movimientos, la revivimos en algunos personajes, volvemos a quererle y recordarle como un cowboy justo y con valores, a pesar de las traiciones del pastillero. Pero no hubo suerte, a pesar de las críticas buenas, la peli se estrelló en taquilla allá donde consiguió asomarse. El tío Sam sigue viviendo con su mujer de toda la vida, Katherine Ross y este año cumple los 80 y creo que ha sido un tipo afortunado.

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