Love story, 1970

Bob Evans cambió la historia del cine. Es un hecho. Pasó de intentar abrirse paso como actor a discutir con ejecutivos jurásicos para salvar al cine. El sistema de estudios estaba agonizando y la televisión afrontaba su época dorada. Algún visionario le dejó a Bob probar el volante. Y todo cambió. Aquellos viejos no le entendían, seguían pensando que se podía hacer una película ambientada en el Polo Norte, en un estudio de Los Ángeles  y con esquimales de pega. Pero aquello no funcionaba, la gente no se tragaba ya el cartón piedra. De repente, el cine de autor llegó a Hollywood, incluso algunos directores clásicos supieron verlo. Películas baratas pero intensas, reales, historias atrevidas, metáforas antisistema en plena guerra civil americana no declarada.

Uno de esos proyectos, quizás el más personal de Evans, fue LOVE STORY, una trágica historia de amor entre un pijo wasp y una judía lista, contada a la francesa. Y no solo personal porque enchufara a su chica, la modelo Ali McGraw. Aquel pastelón reventó las taquillas de medio mundo, y apadrinó un sinfín de relaciones. Pero no os dejéis engañar, no es la historia de amor, eso lo ve cualquiera. Hay otra historia dentro y pasa los cuatro momentos en los que están juntos Oliver y su padre, Ryan O´Neal y Ray Milland. Son cuatro momentos de desencuentro maravilloso, de incomunicación absoluta, se aman pero se odian. Ryan, hermoso y atlético, Milland muy envejecido, más parece su abuelo que su padre. Y está ese momento final, ella acaba de morir y Ryan sale desconsolado del hospital y, justo en la puerta giratoria, se encuentra con su padre que quién sabe quién le avisó. Y se quedan mirando en silencio, destruidos, un actor con un futuro prometedor frente a otro, que se arrastra por episodios de Colombo o películas de Corman, con su Oscar de Días sin huella bajo el brazo. Dos épocas tan distintas. Lo adivinas, no son un padre y un hijo, la escena representa todas las discusiones que Evans tuvo con los jefazos mientras el cine agonizaba… y murió, como murió Ali en la película. Justo ese año se cerraron, según dicta el HEAT de Paul Morrisey, las naves de los últimos estudios. Amo esa película por lo que representa, por su inocencia, y porque, a pesar de todo, mira al futuro. Hay una secuela pero no la recomiendo.

 Y bueno, igual no te convenzo y piensas que es un folletín, un pastelón, pero piensa que gracias a ese folletín, se pudo hacer El Padrino y unos cuantos clásicos setenteros más, o sea que, lo comido, por lo servido.

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