Bringing out the dead, 1999

Paul Schrader y Martin Scorsese volvieron a reunirse un cuarto de siglo después, para retomar la temperatura a la ciudad. Si antes había sido contando la historia de un taxista con problemas de salud mental, ahora iban a ser las tribulaciones de un paramédico rodeado de locos y fantasmas, que cruza a toda velocidad con su ambulancia, los peores barrios de Nueva York. Como en un cuadro de El Bosco, Frank Pierce y sus eventuales compañeros atienden las urgencias que escupe la radio, manchando sus uniformes con todo tipo de fluidos, resucitando ciudadanos en pisos ocupados, basureros y callejones llenos de mierda. Gente que va de la calle a la cárcel, el hospital o el manicomio. Todas estas situaciones les hacen replantearse qué sentido tiene su trabajo, asistiendo una y otra vez al mismo borracho, a la misma suicida, disponiendo de pocos medios y sin reconocimiento alguna a su labor (excepto si la cagan), salvando apenas al diez por ciento. Está muy bien, cuando hablan de que ellos solo están para hacer acto de presencia, porque alguien tiene que “comerse el marrón”. Muchos compañeros fallan en los turnos y Frank, que solo quiere ser despedido, es sobreexplotado y llega al límite, mientras su jefe le pide, como si de un show se tratara, “vamos, dame un día más, la ciudad te necesita, ya te despediré mañana”. Y Frank, hijo de conductor de autobús y enfermera, continúa comiéndose el marrón.
A Frank lo interpreta Nicholas Cage, ese actor que, según qué escojas de su filmografía, puede ser un genio o un fraude. Cage, con un maquillaje parecido al que llevará en “Renfield”, aprovecha muy bien un personaje que puede dar rienda suelta a todos sus registros, pero, de una manera inteligente, opta por presentarse derrotado, insomne y cansado. Por ello esta película es un ejemplo claro de lo que es el burn out. Es un término relativamente reciente, que se refiere a la carbonización de quienes, de alguna forma, han de atender continuamente a otras personas. Y en este sentido, un paramédico en una ciudad como Nueva York, es un gran candidato a sufrirlo.
Decía Lord Byron que “cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”. En un mundo dominado por el “Beneficio”, el trabajo solo es una mercancía más, sometido a restricciones, abaratamientos, amenazas. Cada mañana, un montón de gente se mira al espejo antes de enfrentarse a la cola que habrá al otro lado de la ventanilla, a los enfermos a los que ha de limpiar en la UCI, a las peleas del módulo de la prisión que ocupa, a ladrones de supermercados, a niños maleducados aparcados en una clase, a jefes que están ahí para recordarles que se “han de comer el marrón”. Gente que se arrastra por el transporte público mientras el ministro retrasa un año más, la edad de jubilación.
Y creedme, sé de lo que hablo, hay muchas mañanas que me levanto y digo “Hoy es el último día que voy, lo dejo, no me tengo en pie, me cae mal todo el mundo y el sistema no funciona, ni funcionará”. No hay día que, tras la música del despertador, me quede sentado en la cama negándome a levantarme y abrir el telón. Sabes que vas a escuchar las mismas historias tristes, que vas a ver la maldad, la desesperación, la injusticia y que solo tienes para tratar de arreglar eso una burocracia siempre obsoleta.
Frank conoce a una chica, a la hija de un paciente y solo sueña con colocar su cabeza entre sus pechos y poder dormir al fin. Lleva su relación con mucha delicadeza, pero ella tiene problemas muy graves. Cage y Patricia Arquette eran pareja años antes del rodaje de esta película, y se divorciaron un par de años después de estrenarla. Había sido la suya, una relación de lo más tóxica.
Scorsese, como Dante hiciera con el infierno, visita el Nueva York milenarista en ambulancia y, con la radio puesta a toda mecha, con una banda sonora acojonte, nos describe con melancolía, una ciudad que ya no reconoce y que debería ser incendiada como Sodoma. Poco imaginaba que un atentado salvaje y espectacular, un par de años después, lo cambiaría todo a peor aun. Pocos lo imaginábamos, pero Cage, siempre dispuesto a todo, hizo de bombero en una peli sobre ese atentado y, quieras que no, contribuyó a homenajear a quienes prestan servicio a los demás, aun a costa de su propia salud o de su vida. Porque es eso, o ¿Acaso no piensas cuando oyes la sirena aullante de una ambulancia por la calle, que algún día habrá una para ti?

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