Habrás notado que últimamente es peligroso usar el humor para decir lo que piensas, incluso ya evitas tratar según qué temas con según qué gente, para no joderte la tarde. Como si estuvieras en “La invasión de los ultracuerpos”, parte del personal se ofende agriamente con cualquier provocación y trata de incluirte en esa secta mimética en la que se siente seguro. Y tú les miras y joder, ya no les reconoces. Como cuando Samuel L. Jackson en “Jackie Brown” le dice a De Niro; “Tío, ¿Qué te ha pasado? Antes eras de puta madre”.
Los alegres 80 se acabaron y las cosas empezaron a ponerse serias. Al timón de la Pax Americana andaba un pueblerino rechoncho con una esposa muy lista. Bill Clinton fue protagonista de dos hechos que, como coordenadas X e Y, nos sitúan en un punto que funciona como un agujero negro. El primero fue la rebaja extrema de los tipos de interés. Si bien era una artimaña para entorpecer el embrionario proceso de moneda única europea, en EEUU, saliente de una dura crisis económica, acabó generando un incremento desmesurado de hipotecas de mucho riesgo y una burbuja inmobiliaria que abocó a una profunda crisis financiera mundial que arrasó a la clase media sin remisión desde Omaha hasta Budapest.
El segundo hito del tío Bill, más erótico festivo, fue convencer al fiscal que lo acusaba de mentiroso, de que una mamada no es “relación sexual”, sino INAPROPIADA. Probablemente, la reacción en cadena de esa perversión del lenguaje fue mucho peor que lo de los bancos. En el contexto de lo políticamente correcto, desde entonces, cualquier politicucho maneja el lenguaje a su conveniencia y, sencillamente, no contesta a las preguntas, solo escupe el mitin del día como un robot.
Así, el lenguaje, que en todas las culturas había sido un pacto de siglos, vuelve a ser cuestionable y simplemente empiezan a usarse palabros económicos para encubrir las malversaciones y cohechos de toda la vida.
En 2009, en plena crisis económica y en un país a la deriva, YORGOS LANTHINOS, como un moderno Sócrates, presentó CANINO, una de las películas más importantes de los últimos tiempos. Un padre, hastiado del mundo y alejado de la realidad, construye su propia república, con su propio lenguaje y costumbres, toda una cultura en una casa aislada de la comunidad, con su mujer, hijo e hija, jardín y piscina. Solo él sale de la casa, solo él educa a sus hijos, muy inmaduros para su edad.
Esto ya lo hizo Arturo Ripstein en el Castillo de la pureza (1973), donde un padre hace lo mismo, pero el enemigo son las ratas, no los gatos y donde ese matiz del lenguaje no aparece, centrándose más en la inviabilidad del patriarcado en la época moderna.
CANINO es una pesadilla no apta para todos los públicos. El padre reacciona violentamente ante cualquier ataque a su pequeño universo, como ese momento en que golpea a una externa que visita el hogar para aliviar la tensión sexual de los hijos. Esa externa ha roto las reglas, ha mostrado dos películas en video a los adolescentes: “Rocky” y “Tiburón”, probablemente las películas que convirtieron la industria del cine de Hollywood en una churrería. Precisamente es con esas dos cintas envueltas en cinta americana, con las que el padre parte la cara a la meretriz.
Lógicamente, la evolución de los personajes es particular. Por mucho que el padre quiera condicionarla, la vida se abre paso. En CANINO no hay reflexiones, no hay dialéctica. En el guión priman los silencios, el lenguaje no verbal, las miradas tensas.
Como en los últimos tiempos, en CANINO se renombra todo, se revisa la historia, se falsean los hechos. Los aviones que cruzan el cielo son juguetes. Caldo de cultivo para ofendidos y víctimas, su mensaje es el control del individuo a través de su incomunicación, con el peligro siempre al acecho del “contraproducente” libre pensamiento.
Cuando Clinton se corrió en el vestido de la becaria, firmó la constitución de la nueva era de autocensura, represión, victimismo y un estúpido eufemimismo que esculpe la idiocia de la sociedad primermundista actual.