Hay algo que odio por encima de todas las cosas y es tener que subirme a un autobús para hacer largos trayectos. Solo de pensarlo me da náuseas. Debe ser de cuando en los 90 me tuve que cruzar la península un montón de veces. Y lo peor de todo era si los trayectos eran nocturnos, se me hacían muy deprimentes. Y la gente, la peña que pillaba aquellos buses, era de lo más extraña. Supongo que ellos pensarían lo mismo de mí. Y de compañeros de asiento ni os cuento, he tenido de todo, latinas gordísimas, orientales con aliento a perro muerto, nacionales neuróticos, os aseguro que no encontré allí al amor de mi vida. Por lo menos si viajabas de día te ponían película. Creo que en 8 viajes seguidos Valencia-Madrid me pusieron La jungla de cristal 2 en todos, puedes creerlo. Creo que me la sé de memoria. Pero un día, un día gris, estaba realmente mareado. Andaríamos ya por Cuenca. Toqué fondo, no soportaba aquello, sentía que me moría por kilómetros. Si me pasaba aquello, me metía unos cacahuetes fritos con miel en la boca y los chupaba bien. El mareo se alejaba. Los monitores se activaron, pero no era La jungla de cristal 2. Era otra y los créditos eran para que se te cayeran las pelotas. ¿En serio salían todos aquellos juntos? La cosa empezaba con unos tíos quejándose en un bar, en una noche lluviosa. Después iban a una oficina, donde Alec Baldwin, en un número magistral, les mete el puro de su vida, un purazo de 7 minutos a 3 generaciones de actores. Entre insultos y amenazas, los coloca frente al abismo. Son vendedores de secarrales, hombres con trajes baratos y colonias fuertes, que ensayan, cada mañana, frente al espejo mientras se afeitan, cómo engañarán al prójimo ese día. Cada día nace un tonto, decía Joan March y Gecco remataba en Wall Street que un tonto y su dinero no están juntos mucho tiempo. En esta vida, concluye Baldwin, solo cuenta hacerles firmar en la línea de puntitos. Seguro que te has visto en esas situaciones, la línea de puntos y el boli hipnótico. Porque hay un montón de estrategias y engañifas para que cedas, para que pagues y alguien se quede una comisión. David Mamet articula un guion asfixiante, lleno de tensiones, falsas seguridades y hombres sometidos a la presión de vender para comer. Si tratas de empatizar te entra vértigo, porque en el fondo estamos muchos ahí mismo, a 3 nóminas de la pobreza, la indigencia es el horizonte y hay que pelear a la contra cada día. Solo pusieron GLENDARRY LEN ROSS (1992) en aquel viaje, la semana siguiente volvió Bruce Willis y su aeropuerto de nieve y llamas, pero fue una experiencia inolvidable. La he visto en otras ocasiones, pero no ha sido lo mismo. Es gracioso ese personaje que los Simpson adoptan de esa película, el vendedor más expuesto, que borda Jack Lemmon. A pesar de todo, fue un fracaso en taquilla, creo que no podía ser de otra manera. Y yo volví a las estaciones de autobuses, sus salas de espera y sus baños sucios y peligrosos. Sentados en la sala, los viajeros nos mirábamos y mirábamos nuestras pertenencias y mirábamos los paneles hasta que anunciaban nuestra salida. Como dice Pacino en la película, “todos los compartimentos del tren huelen un poco a mierda y al final, ni te importa”. Y eso me lleva a un concurso de fotografía de viajes en el que participé, todos los hijos de puta mandando fotos de escaladas, budas o tablas de surf y ganó un chaval con la foto de la sombra humana de roña que había quedado grabada, viajero tras viajero, en una pared de la estación de autobuses de Alicante, de aquellos que murieron en la esperanza de la resurrección.
