Psicosis es una falsa película de serie B, un reset en la carrera del director que redirigió el cine hacia lo que vemos ahora en salas o plataformas, un caprice de dieux del maestro en plena crisis profesional. Harto de superestrellas con pelucones y con la aparición de los primeros estudios serios sobre los asesinos en serie tras la segunda guerra mundial, Alfred da unas vueltas a la liada de Ed Gein. Ya lo intentó con Vértigo, escaparate crudo de sus filias, pero no pudo asimilar el fracaso comercial de la cinta y lo achacó a Stewart. Y ya hizo un serial killer, El asesino de las rubias, pero Jack el destripador es de común acuerdo que no fue uno solo.
Hitch volvía al expresionismo, admirado tal vez de su reaparición en las películas de serie B, quitaba músculo al equipo, pero no operatividad, los títulos de crédito de Saul Bass ya muestran unos técnicos de primera, pero los justos. Blanco y negro, música slayer y una estrella que desaparece en el primer acto. Truffaut se quejó al maestro de que en la primera secuencia, Janet Leigh no estuviera desnuda, que llevara un sujetador blanco de encaje. No estoy de acuerdo, tras robar la pasta, Janet se muestra con un sostén negro, metáfora poco sutil pero sí sugerente.
Me gusta mucho el momento policía, el agente impersonal con gafas de sol que enseguida cala a la ladrona y la sigue hasta la tienda de coches de ocasión, Hitch tenía pánico a la policía desde que su padre le hizo pasar la noche en una comisaría tras una travesura de su infancia. Quizás por eso le dio tantas vueltas al crimen perfecto, a hackear a la autoridad.
Pero ese momento, pasada la primera media hora, en el que Leigh y Perkins conversan antes del asesinato, es sublime. Son 10 minutos en los que cada uno habla de temas distintos pero confluyen. Perkins, muy suelto, contesta con preguntas, suelta frases incisivas, comienza a tantear a su víctima, necesita estimularse para disfrutar las puñaladas. Leigh está en un confesionario, se da cuenta del error que ha cometido y decide que ningún hombre vale tanto la pena, que debe retornar a Phoenix y el dinero.
Es una auténtica obra maestra, que un tipo ya acostumbrado a superproducciones se probara a hacer una película de tal presupuesto, pero tanta creatividad sorprende aún hoy porque se jugó la carrera y la pasta. Película incómoda, en la que sale un retrete por primera vez en la historia del cine, un cuerpo corrompido, la música estridente… Pues sí, fue un reset, pero también su canto del cisne. Las películas que vinieron después fueron un lento descender. En los 70, rodeado de botellas de vodka en su apartado despacho en los estudios, solo podía repasar su carrera, sabiendo o sin saber que había sido el mejor director de cine de todos los tiempos.