Living Las Vegas

La jugada era perfecta, acababa de trabajar y cogía mi cámara, una edixa prismaflex de los 60 y hacía fotos por las calles de Madrid hasta que se iba el sol. Después, me metía en un cine. A veces iba con alguien, pero prefería ir solo. Aquella soledad era nutricia y regeneradora. Era el año del señor de 1995.
El cine, mediados noventa, recibió un soplo de aire fresco, algo similar a lo que pasó en los setenta. La resaca de Sundance y el espíritu Indie, nos dejaron auténticas joyas que se abrían paso sin problemas por las carteleras. Aquello lo aprovechó Mike Figgis, quien dio unos buenos pelotazos en esa década, siempre con personajes fronterizos, sometidos al continuo juicio de los demás, de cuyo desarrollo psicológico se hizo un profesional.
Una tarde me metí en el Renoir de Martin de los Heros y escogí una peli que habían definido como una nota de suicidio. Una historia de amor entre un borracho y una prostituta. La película me dio tal hostia, que no tenía muy claro de qué iba, ni si me había gustado realmente, por lo que volví a verla a los dos días y creo que entonces, descubrí el artificio y entendí el mensaje: Leaving Las Vegas es la historia de tres personas solitarias que compran o venden compañía. El chulo, interpretado por Julian Sands, extranjero y desalmado, el borracho, Cage, absolutamente histriónico y con un trabajo que le valió el Óscar y Elisabeth Shue, sin duda la mejor del trío, una mujer vulnerable, de mirada infantil que empuja las palabras, que no soporta la soledad y que va recogiendo por la vida, como consecuencia de ello quizás, la peor cochambre de hombres que se puede echar una a la cara.
Y hay muchos momentos en esa película llena de ocurrencias, pero ese en concreto, minuto 89, Shue vuelve a su apartamento después de hacer la calle y se encuentra a Cage, muy borracho, con la gran Mariska Hargitay, la prostituta rival de Shue, encima de él, en su misma cama. Las dos prostitutas se miran, Mariska se viste y se marcha en silencio y Shue se rompe, se tambalea, echa a su muñeco del piso y comienza a llorar, pensando que siempre estará sola, que es algo que nunca podrá negociar con la vida. Porque en esta vida, nadie te salva, si tú no lo haces, porque donde acaba tu soledad, empiezas tú.
Era agradable el Madrid de los 90, aun tengo fotos. La cámara tenía un defecto y siempre salía como un rayo de luz en las imágenes reveladas, como si un cometa cruzara el plano para invalidarlo.

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